No me ha gustado escuchar a empleados religiosos justificar
el pago de cuotas de acceso a las catedrales, apelando a la solidaridad para
poder pagar la luz del inmueble o por ejemplo los contratos de los operarios de
limpian, abren, cierran y realizan labores de mantenimiento diario lo que les
suponen, según ellos, unos gastos de cerca de 14.000 euros.
Es bueno abrir un debate para encender alguna luz o apagarla definitivamente:
en el caso
de mantenimiento de edificio y de otros de propiedad de la iglesia católica ya nos solidarizamos, queramos o no, todos los que pagamos IRPF ( los que no tributan en este país
u optan por otra fiscalidad no se solidarizan tanto), bien por la casilla de la iglesia, por la
casilla de otros fines sociales, y también lo hacemos obligatoriamente con las diferentes partidas
presupuestarias que asigna el Estado y las CC.AA entre otros muchos conceptos para la rehabilitación y conservación de
inmuebles muchos de ellos declarados BIC (recordemos que la religión católica
ha sido la única reconocida y su estado concordado en nuestro país, por lo que
sus edificios son los más antiguos y con única presencia desde hace muchos
siglos). Todo ello sin contar con los cerca de 11.000 millones de euros anuales
que se le asignan a esta confesión de forma directa.
Digo yo que sus gestores podrán ajustar un pelín las cuentas
para no tener que pedir más y que el común de los ciudadanos contribuyentes a su sostenimiento disfrutemos de “nuestros”
bienes de interés cultural (BIC) sin tener que abrir el monedero de nuevo.
Pero vamos al tema que nos ocupa: la llamada a la
solidaridad en estos y otros casos
similares se confunde y funde cual sopa cargadita, con la solidaridad
del apadrinamiento a niños en países remotos, la donación de ropa que ya no se
necesita para organizaciones o el kilo de arroz y galletas que llevamos al cole
coincidiendo con ciertas fechas mas o menos sensibles.
Esta solidaridad de sillón y monedero no tiene nada que ver
con la solidaridad efectiva que resultaría de abrir esos inmensos e
infrautilizados inmuebles (como las catedrales, palacios arzobispales,
seminarios y casas parroquiales…por no hablar de todo tipo de inmuebles que en Toledo suponen casi un 75% del suelo del casco) en los que podrían albergarse las familias
que han sido desahuciadas, que huyen de guerras, que necesitan apartarse de sus
agresores por todo tipo de violencia. En definitiva que no tienen donde pasar
sus días.
En estos casos el resto de ciudadanos y ciudadanas que no simpatizamos con la causa de la evangelización, incluso
llevaríamos con alegría la solidaridad que demostramos al no reclamar diversos
impuestos de los que está exenta la iglesia tales como sociedades, obras e
incluso el IBI de todos y cada uno de los metros que ocupan los bienes
inmuebles de la iglesia católica en la mayoría de ciudades y pueblos españoles.
Consideraríamos bien empleado el dinero detraído de nuestros
presupuestos ya que revertiría en fines verdaderamente solidarios y demostraría que para ganar el cielo hay que estar mas pegado al suelo.
Y por si fuera poco, incluso estaríamos de acuerdo en algo con
el Jefe del Vaticano que ha reclamado desde hace tiempo que cada parroquia
acoja a una familia de huye de la guerra.